Miscelánea

El hombre que quiso comprar el mundo

Hubo un hombre que quiso comprar el mundo, se llamaba Jonathan Holden, era abogado en Nueva York y le iba bastante bien en la vida, aunque también era un tanto tacaño. Aparentemente decidió que algún día sería el dueño del mundo y para ello utilizaría su fortuna, su universidad, el interés compuesto y a sus descendientes, que serían los que de verdad controlarían el cotarro, puesto que el no llegaría a verlo, porque el plazo que se dio era de mucho tiempo, en concreto mil años.

En 1936 Jonathan Holden dividió 2,8 millones de dólares en varios fideicomisos que durarían entre quinientos y mil años. Entre ellos uno para la Iglesia Unitaria de quinientos años, otro para el Estado de Pensilvania de mil años (por lo que no necesitaría cobrar impuestos) y otro para su universidad (Hartwick College) que duraría mil años. Este último estaría supervisado por sus hijos y en el futuro por sus descendientes. Además dado que Holden era un apellido normal, se lo cambió por Holdeen para que dentro de mil años fuera más fácil distinguir a sus descendientes, aquellos que formarían la élite que gobernaría el mundo.

Porque la herramienta del interés compuesto hace que un capital crezca a un ritmo exponencial, una progresión geométrica en vez de aritmética. Al 10% nuestra inversión de 100 interés simple el primer año es de 110, el segundo de 120, etc. En cambio con el interés compuesto se convierte en 110 el primer año, 121 el segundo, 133,1 el tercero, etc. Un editor de El Blog Salmón toma su seudónimo de aquí por la importancia que tiene y por las múltiples posibilidades que ofrece.

Así que Jonathan Holden (o Holdeen) tenía previsto que dentro de mil años sus descendientes tuvieran la capacidad de controlar el mundo a través de este fideicomiso. Al cabo de mil años su dinastía poseería todas las propiedades del mundo, controlarían todas las empresas, todas las tierras. No importaría que compraras, porque se lo comprarías a los Holdeen, no importaría en que trabajaras, porque trabajarías para los Holdeen. ¿Se trataba de una gran amenaza para la humanidad esta fortuna creciendo exponencialmente? Eso creía un economista a la muerte de Holdeen, en 1977.

La idea de Holdeen no era nueva, Benjamin Franklin dejó 1.000 libras a las ciudades de Nueva Jersey y Filadelfia a su muerte en 1790 para que prestaran dinero a los jóvenes que lo necesitaran para aprender una profesión. Este dinero se había invertido a interés compuesto durante 100 años, en 1890 se utilizó parte por parte de las ciudades y el resto se volvió a invertir durante 100 años. En 1990 se utilizó para construir el Franklin Institute en Filadelfia y el Benjamin Franklin Institute of Technology en Boston. Con el dinero aportado no fue suficiente, pero uno de los padres de la patria le había dejado dos buenos regalos a dos ciudades.

También había inspirado a Holden, que no tenía tan buenas intenciones Porque las posibles consecuencias perversas ya habían sido exploradas por H.G. Wells en su novela The Sleeper Awakes y adaptada al cine por Woody Allen en El Dormilón, en la que un inglés cae en coma por medicinas para el insomnio y al despertar doscientos tres años más tarde descubre que con su fortuna se financia una dictadura gobernada por los descendientes.

Además en el siglo XIX un millonario quiso dejar una fortuna a interés compuesto en un fideicomiso para ser disfrutada por sus descendientes una vez hubiera muerto el último de los que estaban vivos en este momento. Eso llegó a preocupar al parlamento al que no le gustaba la idea de que unos pocos multimillonarios pudieran llegar a tomar control comprando asientos en el parlamento.

Holdeen no era tan innovador como pudiéramos pensar en un principio, pero ¿qué sucederá cuando se cumplan los mil años de su inversión? ¿Será necesario que todos nos pleguemos ante los designios de los Holdeen? ¿Serán nuestros descendientes esclavos de los sueños de un excéntrico que vivió diez años antes?

Lo primero es lo poco práctico que sería gobernar una fortuna de ese tamaño. Además cuando los Holdeen controlaran una fortuna suficientemente grande tal vez la gente quisiera dejar de vender y comprar con ellos porque empezaban a verlos demasiado poderosos. Actualmente para que nos hagamos una idea Warren Buffet tiene problemas para encontrar empresas que comprar y que sean interesantes para ese conglomerado que se ha convertido Berkshire Hathaway. A los Holdeen les resultaría imposible gestionar esa fortuna, por no hablar de simplemente las diferencias que podría haber entre las diferentes facciones de la familia.

En segundo lugar, tenemos la mentalidad a corto plazo humana, muy lejos de la de Jonatahn Holden. Sus hijos nunca llegaron a cambiarse el apellido de Holden a Holdeen, por lo que muestra la falta de interés en las excentricidades de su padre. Además, hay quien cuenta que la universidad a la que donó el dinero en vez de invertirlo lo empleó en algún gasto corriente o tal vez un equipamiento para la universidad.

Además actualmente el fideicomiso establecido por Holdeen no está acumulando dinero a interés compuesto, sino que la universidad utiliza los intereses generados cada año para sus gastos. Si nos preocupa el mundo dentro de casi mil años, por esto parece que podemos respirar tranquilos. Lo interesante es que la universidad hoy en día no reconoce el regalo, sino que utiliza los intereses para sus gastos corrientes. No existen ningún edificio o cualquier otro reconocimiento hacia el hombre que quiso regalarle el mundo a su alma mater.

Más información; Lapham's Quaterly, Philly.com.

Fuente: Javier J Navarro – elblogsalmon.com / getrichslowly.org

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