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«Medea del Olimar» potencia de símbolos que atrapa en la escena de Marisol Martìnez y el colectivo teatral ART-O

"Medea del Olimar" de la dramaturga uruguaya Mariana Percovich, dirección, puesta en escena, diseño de vestuario y escenografía de Marisol Martínez, nos desnuda la potencia controversial y metafórica de la teatralidad posmoderna, tras un proceso de eficaz factura del nuevo Colectivo de Investigación Artística, conformado por artistas independientes como Marisol Martínez (ART-O de Caracas), Hany Rivera (Teatro Coreográfico), Sandra Moncada, Randimar Guevara y Luz Dary Quitián.

Por: Julio C. Alcubilla B./ Récord Report Internacional en THP/Artes Escénicas
ANÁLISIS CRÍTICO DEL HECHO TEATRAL
Venezuela, Junio 2018

La Medea de Eurípidez como aporte a la Medea del Olimar

Partiendo de un análisis previo del texto dramático, el cual fue publicado en una anterior entrega, http://www.tecnologiahechapalabra.com/entretenimiento/record_report/eventos/articulo.asp?i=11406. La Medea de Eurípides era extranjera con costumbres muy diferentes y dejó todo por Jasón. Por su parte Medea del Olimar de Marisol Martínez es del campo, que llega a la ciudad y se instaló en un barrio caraqueño, por igual sus costumbres son distintas y su pasión sigue siendo Jasón, el cual no ha dudado en traicionarla. 

Al igual que en el mito clásico, Medea del Olimar es una mujer triste, llena de rencor, una mujer inmersa en una continua furia interior. Tanto en Medea de Eurípides como en Medea del Olimar, se nos presenta el amor ultrajado, un ser humillado, pero al mismo tiempo plena de coraje, como un volcán interno que necesita hacer ebullición. 

El odio subyacente en la protagonista, ese deseo de venganza y desamor a su propia creación, una hija. Se nutre de la amante despechada, de los recovecos del alma atormentada, plena de nostalgias, hiriendo al espectador con esa manifestación permanente de lucha interior.

Así como en la tragedia de Eurípides, esta Medea del Olimar de Marisol Martínez, nos enfrenta, a esa exposición de temas realistas y asuntos propios de la realidad cotidiana. De las relaciones sexuales no satisfechas, castradas, o separadas abruptamente.  Tan visibles en el subtexto, expresadas en la escena con potentes elementos semióticos e interpretativos, en el juego de la dramaturgia corporal mas lacerante. 

Como en la tragedia clásica de Eurípides, nos enfrentamos al egoísmo frío y calculador, unido al amor del hombre en el recuerdo. El universo femenino aflorado en escenas expresionístas, en la mirada escrutante de la mujer, de la degradación de la mujer cuando es abrazada por la pasión, del contravenir de los diferentes roles o particularidades femeninas, en una sociedad opresora. 


Ubicado además todo ese arsenal interpretativo, en ese coro de Medea que nos presenta Marisol Martínez, un coro que encarna a la misma Medea, materializado como semblanza de sus recuerdos, como extensión de su delirios y a la vez como figuras individuales de un yo fragmentado. 

Que evolucionan como seres atravesados por las circunstancias que les rodea. Que dudan y sufren, vacilan, aman y se qebrantan, dentro de ese calor urbano de una barriada caraqueña.

Que nos muestran sentimientos y estados creíbles. Cómo en la Medea de Eurípides, el texto de Mariana Percovich y la propuesta escénica de Marisol Martínez, nos ofrecen un lenguaje cotidiano, de la realidad del momento, situando la acción en un ámbito más ordinario y real. 

Medea del Olimar, no teme al castigo divino, porque la libertad de actuación y pensamientos, se impondrá paulatinamente a los límites y creencias de antaño. 

Por otro lado frente a ello, el espectador podrá elegir conectarse o no, con un pensamiento que parte de la interpretación clásico de cierto tono machista, debido al colofón de sus parlamentos. Descubriendo además en el subtexto, esa creencia mítica originaria en las escrituras, muy extendida desde el origen del hombre: "la mujer es mala por naturaleza, y su impulso hacia lo malo, está ligado a su propio ser".

Un drama amoroso, la victoria del mal, el ajusticiamiento, que el caso de Marisol Martínez, nos sorprende en su lectura de teatro posmoderno, con una ejecución a la protagonista en silla eléctrica. En la que medea del Olimar, es vestida con galas de la ciudad, con brillo y cierto lujo, para brindar un tributo a su muerte. Es decir la confrontación entre la vida normal y la singularidad inadaptada. 

Este montaje es una muestra además del teatro coreográfico y posmoderno, enfatizado a través de símbolos, en la escena de lo cotidiano. Abordando como importante y eficaz resultado lo estético y lo psicológico, lo innovador y arriesgado, lo poético y decadente. 

El público transita de una relación unidireccional a una desconstrucción en el que participa a modo de diálogo, de ese mensaje simbólico, acercándose a ese  sentido de la discontinuidad y en la cual a su vez el caos, surge como una base para conectar con esa potencia lacerante. Impactando a través de la solidez interpretativa y el trabajo orgánico de este grupo de actrices, que persiguen como intención, ser más que sobresalientes. 

Música, danza, dramaturgia corporal, luz, nos permiten primeras conclusiones acerca de esta obra. La cual no olvida esa gestualidad kinéstica en la percepción de los roles interpretados, espacios interiores de la percepción del mundo. Acciones orgánicas institivas, gestadas a partir de un eje de dirección de actores, que profundiza hasta cierto punto en las formas nihilísticas y grotescas. Llegando a esos silencios por momentos detonadores. En el que las emociones disparan interpretaciones de aceptación o rechazo. 

Definitivamente es ésta una propuesta, no alejada por momentos de la ciencia-ficción, ni tampoco de ese juego en el que se cita el lenguaje cotidiano, combinado con el poético. Distinguido por fonemas que suelen ser destruidos y altamente recurrentes en el teatro posmoderno. 

Por otro lado la fragmentación escénica, es base de la organización performativa, en la que el el texto de Mariana Percovich, se nos hace presente a través de un colage tonal. Un texto en el que la directora Marisol Martínez, realiza a su vez una descontrucción  del mismo, invitándonos a una nueva forma de discurso teatral. 

El espectador ha de tratar de descodificar en forma semántica ese texto expectacular, o proveniente de símbolos. Un teatro óptico, un organismo escénico, en conexión con los diversos estereotipos, que seducen por su dinamismo y pluralidad. Y esa continua celebración representacional, en la que el teatro se celebra a sí mismo como espectáculo. 

Por otro lado percibimos esa ideología y crítica de manera velada, de la mujer, de la sociedad o del mirar femenino. La cual no pretende denunciar o acusar, no en un nivel ético, sino estético. Ya que en el subtexto se toma una posición, que nos lleva a a esa confrontación social, sutilmente inscrita en el mensaje político. 

Estamos frente a un hecho escénico potente e incómodo, que no responde precisamente a la concepción de teatro aristotélico. En el que se expresa el sentido clásico de la mimesis y de la catarsis, que suele proponer y reclamar una identificación del espectador con lo representado. 

Mas bien contemplamos una nueva forma de espectáculo, una nueva propuesta de intertextualidad e interculturalidad. En la cual se producen múltiples asociaciones y recepciones, a través del uso y forma del verbo, del gesto, movimientos corporales y esa red de relaciones prulivalentes. 

Para darnos por resultado final esa unión entre el texto dramático y el espectacular, que propone un metamensaje a partir de un metalenguaje, demostrando una interpretación de las formas y estructuras tradicionales, rozando con fiereza, riesgo y solidez, un espectáculo sin fisuras. 

Fuente: Julio C. Alcubilla B./Récord Report Internacional en THP/Artes Escénicas/ Análisis Crìtico del Hecho Teatral

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