Eventos

Rondó Adafina llega nuevamente a la escena capitalina con trascedente acierto

Por: Julio César Alcubilla Bonnet 
Para: Récord Report Internacional en THP
Artes Escénicas

Cuando el director y autor de la obra, fallecido este año, Edwin Herminy, se propuso versionar este texto, sobre la historia de la comunidad judía sefardí de Coro, relatando de cómo esta comunidad fue expulsada de España, en 1942 por los Reyes Católicos, no dejó a un lado en la lectura del espectáculo, ese recorrido histórico que estos hombres y mujeres, emprendieron hasta llegar a Coro.

Profundizando en ello Edwin Erminy, concluyó que gran parte de la comunidad de Coro, es descendiente de los judíos que fueron expulsados por los reyes católicos de España en 1942 y fueron perseguidos por todos los lugares que pasaron hasta que llegaron a este país. En la obra según mi lectura previa de los hechos, narrados por Erminy, los cuáles me atraparon como primera señal, para asistir a función, se expone: "La obra es el inicio y el fin de este viaje que nos lleva a hacer el recorrido que hicieron por Marruecos, España, Portugal, Holanda, Brasil y Curazao hasta su llegada a Venezuela", explicó Erminy, quien recordó que fue precisamente esta comunidad la que ofreció hospitalidad al Libertador Simón Bolívar en su paso por Curazao, luego de la caída de la Primera República.

El primer elenco con el que contó Erminy para su extreno mundial, contó con la participación en el rol de Haím (Oswaldo Maccio), representando a un joven que sale de su casa en 1492 y termina en Coro, en la Venezuela de los años cincuenta y en ese viaje se encontrará con un sinfín de culturas por los siete países que recorrió esta comunidad.

Erminy tuvo el gran aporte para abordar esta historia y llevarla magistralmente a texto dramático, con el dramaturgo Isaac Chocrón, que era descendiente de estos inmigrantes y también por otras personas que le permitieron conocer la música de esta comunidad, como Soledad Bravo y la maestra Isabel Palacios. 


Esta pieza fue galardonada en 2002 con el premio literario Fundarte en la atención Dramaturgia y constituye la segunda obra de Erminy, luego de una adaptación que hizo para teatro de la obra Concierto Barroco, de Alejo Carpentier.

Coincidencias de  la obra Concierto Barroco y Rondó Adafina, que percibí en la función del pasado domingo, en el relanzamiento de los espacios del Pen House, del Centro Cultural BOD en Caracas. Y que son la base de mi Análisis Crítico del Hecho Teatral. 

Estimados lectores, en mi esfuerzo por brindarles más allá de mis observaciones, como analista y crítico del Hecho Teatral. Considero de vital aporte, para la formación del público, con un mayor criterio, que asista a nuestras salas de teatro. Se convierta en uno de los públicos más capacitados, en la observación y análisis del hecho teatral. 

El arte teatral en Venezuela,  no sólo es emoción compartida ni entretenimiento momentáneo que nos permite hacer catarsis. El teatro es parte de nuestra cultura e identidad, de nuestra marca país para el mercado de las artes escénicas en el mundo. Por tanto ha de ser conocido y valorado en toda su dimensión. 

Al profundizar en las obras de Alejo Carpentier (1904-1980) entramos en contacto con ese esfuerzo estilístico de innegable luminosidad, no sólo en el uso de la palabra, sino en su valor como insumo escénico depurado y vibrante.

Esto fue captado en el trabajo de este colectivo: Con las actuaciones de Tomás Vivas, Natalia Román, Gladys Seco, Carolina Leandro, Verónica León, Jeizer Ruiz, Alejandro Miguez, Adriana Bustamante y Francisco Salazar, quien también la dirige. Todos al igual que Carpentier, nos ofrecen un trabajo de orfebrería, en el abordaje de la palabra, de enunciación en el gesto, de vitalidad en el cuerpo, de concepción cinematográfica en la puesta en escena, y de cierto roce brechtiano, en la semántica expresionista.  Se unen a la música, inspirada en el ejercicio investigativo sobre el arribo de la histórica comunidad sefardí a Coro, desempeña un rol protagónico, alternando instrumentaciones judeo-arábica, sonoridades raíz de la música flamenca o resonancias hispano moriscas, en una mixtura de formas y géneros que expresan el mestizaje cultural que celebra la pieza. 


Sin duda alguna, un impactante aporte y en ello coincido con el texto referido, de un destacado grupo de instrumentistas, dirigidos por David Peña, quienes nos contagiaron entre armonías en vivo. Ofreciendo un digno trabajo de ejecución musical: Federico Ruiz, en el acordeón; Wilmer Alvarez, en la guitarra; Williams Mora, en el clarinete; Pedro Vásquez, en el cello, y Pedro Isea, en la percusión.

Esta propuesta, tejida o construida con  base al arte minucioso de un orfebre escénico, ciertamente en algunos roles o actuaciones, quizás notamos algunas conjeturas en cuanto a dicción, proyección de voz y fuerza de representación teatral en el trabajo de actor, muy común en estos tiempos, de nuestro actual teatro venezolano. Pero que a pesar de ello, sin mayores connotaciones estilísticas,  manifiestan una preocupación por el significante y una reflexión acerca de las complejas relaciones entre el lenguaje y lo real.

En los que el lenguaje poético y el trabajo de actor, se unen para crear su propio referente, escapando de una lectura regionalista o profundizando en el psicologismo, que intente tergiversar el pensamiento del espectador. Por el contrario, lo envuelve en una nube de encantamiento, de familiriadidad apetitosa. 

Y es que tanto en la forma, el modo y la intención del director, este colectivo toma el lenguaje poético, para hacerlo propio en su arco de representación dramática o del trabajo actoral emanado de una arquitectura representativa, que persigue lo natural, lo orgánico, por momentos lo no representativo, como una ola semántica de acuerdos, lecturas y desacuerdos.

Subrayando en el subtexto, de los personajes principales, esa aproximación  al tiempo circular, que se compromete con una lectura mucho más densa de la realidad social latinoamericana, asentada en la base de un lenguaje verbal barroco, que invita a una dramaturgia corporal, expresada en este montaje, cuyo aporte escénico, nos acerca a un referente suculento, lleno de matices y de contradicciones internas.
 
En esta pieza también alcancé a leer, la estructura y la atmósfera creada por la puesta en escena, para sustentar al texto. Cuyo poder para el espectador intenta cumplir con esa meta en la que la construcción del sentido de lo narrativo, se convierte en un hecho escénico, que respira como un personaje más.

En otro sentido, si profundizamos, en el viaje que emprendieron estos personajes, pudiésemos acercarlos, a lo expuesto por Carpentier  en el prólogo a El reino de este mundo (1949), donde plantea por vez primera el concepto de lo real maravilloso. En el que la propia realidad en Latinoamérica, la realidad histórica de Venezuela, cuenta con hechos que consignan de modo irrefutable el funcionamiento de lo maravilloso, exponiendo  sucesos que son reales pero que parecen ficticios. Y que de alguna manera, develan las cosmogonías americanas, en los mitos suscitados por el Descubrimiento y la Conquista, en el mestizaje fecundo que pulula en Latinoamérica, en Venezuela, entre otras manifestaciones. 

Por ello en la obra se respira de alguna manera, lo natural y ameno, lo encantador,  como un signo de lo real-maravilloso. Rozando el alcance para el espectador de una   metamorfosis asombrosa, en el que los hechos históricos a través de la narrativa, se nos presentan como elementos lúdicos, mágicos, que nos permiten construir valoraciones cargadas de formas enunciativas. Alcanzando cierta simbiosis con el espectáculo.

Profundizando en el aporte musical
En primer lugar, nuevamente revisando a Carpentier y la adaptación valiosa y enriquecedora de Erminy, estamos musicalmente en la  heterogeneidad, al cruce de culturas y a la transculturación a través de la música. Poniendo de relieve un alto grado de coherencia desde el punto de vista textual.

Y nos acerca a la óptica que pone de relieve la musicalidad que acompaña cada frase de los intérpretes y que permite al expectador, sumergirse en un primer impacto, en esa deliciosa melodía que lo acompaña, a ese viaje que Rondó Adafina lo tiene sumergido, lo hace ser parte. En un escenario frontal, en el que público ve a público y al centro la escena se desarrolla y en los laterales las escenas reflexivas, lo envenenan en su teatralidad.

 

Siendola música sin ser directa, pero si persuasiva de reflexiones acerca de la identidad latinoamericana y de la manera como nuestros narradores, intérpretes y actores, intenta ser estimulados por la música europea para reformularlos y materializar una obra teatral, bien hecha.  

Rondó Adafina es una pieza teatral concebida, para que los múltiples encuentros con la cultura que se producen en ese viaje, son expresados en la escena por: Tomás Vivas, en el rol de Haím, y de Natalia Román, como Rebecca. También brilla el talento de Gladys Seco, Carolina Leandro, Verónica León, Jeizer Ruiz, Alejandro Miguez, Adriana Bustamante y Francisco Salazar, quien dirige.

Más allá de la historia de Benatar, o la de los judíos de Coro, en la obra interesan las claves universales que devela y que dan vigencia a su trama.

"El carácter híbrido de nuestras culturas, el valor de la convivencia y la tolerancia en su formación, el papel de la minorías y los pequeños individuos atrapados en las conflagraciones de la historia", dijo el autor en 2013, año del estreno.

Mi siempre recordado amigo, colega y crítico de las artes escénicas, Carlos Herrera, quien escribió el prólogo de la obra en que se basa el montaje, publicado por el Fondo Editorial Fundarte: "Rondó Adafina no sólo es una historia del ir y el devenir de las 'diferencias consentidas', sino que también es una excusa para entender u reflejar otras claves temáticas como el valor de las minorías, sean estas producto del mestizaje o de la convivencia de los opuestos".

Partiendo de esta premisa , el montaje adquiere aun mayor relevancia cultural en el contexto del amplio número de venezolanos de apellido sefardí que en la actualidad buscan conocer más sus orígenes, tras ser beneficiados por la resolución del gobierno español que permite a los descendientes de los judíos sefarditas obtener la nacionalidad española, tras ser expulsados en 1942.

Con el sello de calidad de Image Producciones, grupo que produjo también el estreno de 2013, esta obra tributa el vivo legado de uno de los arquitectos y diseñadores escénicos más importantes del país, Edwin Erminy, dramaturgo, director y escenógrafo del montaje original, quien falleciera el 31 de diciembre del pasado año.

Las funciones de Rondó Adafina, montaje que  cuenta con el patrocinio de la Embajada de España en Venezuela, se presentará en el PH Oeste del Centro Cultural BOD hasta el domingo 27 de octubre,  en los siguientes horarios: viernes 7:00 pm, sábado y domingo 5:00 pm.

Fuente: Julio César Alcubilla Bonnet/ Récord Report Internacional en THP/ ARTES ESCÉNICAS

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba