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Placebos: Las mentiras piadosas de la medicina

Es un secreto a voces en el mundo sanitario: muchos médicos recetan con frecuencia placebos a sus pacientes sin que ellos lo sepan. Pero, ¿Hasta qué punto son éticas estas mentiras piadosas por el bien del paciente?

Hablar de placebo es hablar de expectativas reconfortantes, de esperanza… y de sugestión. Una sustancia que, en principio, no posee ningún efecto, actividad o función provoca una mejoría en la salud de una persona. Paradójicamente, no ha sido el placebo el causante de la mejoría, sino la propia autosugestión del paciente con el convencimiento de su curación.

En los orígenes de la humanidad, cuando la medicina tenía mucho de superstición y poco de ciencia, el placebo era el rey. Sin prácticamente tratamientos efectivos y sí muchos supuestos "milagros" tradicionales, en la mayoría de los casos sólo había dos recursos: Esperar que el cuerpo humano se recuperase por sí mismo o echarle una mano mediante el efecto placebo.

Conforme la medicina ha ido perfeccionándose, descubriendo más y mejores tratamientos, el placebo ha quedado relegado a un segundo plano. Pero no por ello ha desaparecido. El efecto placebo está tan unido a los tratamientos ineficaces como a los eficaces, basta que el paciente y su enfermedad sean susceptibles a tal efecto y se dé el ambiente propicio para crear esa misteriosa sugestión curativa.

En la actualidad, podría parecer que ya sólo se utilizan placebos como tratamiento a la hora de analizar la efectividad real de los medicamentos en los ensayos clínicos. Nada más lejos de la realidad. Un buen porcentaje de los médicos sigue recetando placebos a sus pacientes a sabiendas de que no ofrecen ningún efecto per se.

¿Cuál es el porcentaje exacto de los médicos que recetan placebo? Por lo polémico del asunto (más adelante veremos por qué) es muy delicado y difícil realizar un estudio sobre la cantidad de médicos que reconocen haber recetado placebos. Estudios de este tipo no se han llevado a cabo en España, pero sí se han realizado varios en Estados Unidos. El estudio más reciente, publicado en el British Medical Journal, fue una encuesta nacional realizada a 1.200 internistas y reumatólogos. Sólo en torno a la mitad de ellos contestó a dicha encuesta. De los 679 médicos que se decidieron a contestar, más de la mitad reconoció haber recetado placebos de vez en cuando a sus pacientes. La justificación que más frecuentemente daban para esta práctica es que la consideraban ética.

Los dos placebos preferidos por los médicos eran las vitaminas y los analgésicos de venta libre (los que cualquiera puede comprar en la farmacia).

De realizar una encuesta similar en España seguramente los resultados serían similares. Seguro que muchos de los que están leyendo estas líneas han recibido alguna vez un placebo (yo misma cuando era niña los recibí). Por supuesto, la cifra de médicos prescriptores de placebos variaría según la especialidad pero, en términos generales, probablemente exista un porcentaje superior al 50% de los facultativos que use, de cuando en cuando, placebos. Las vitaminas y los analgésicos son también a menudo utilizados como placebos en España para tratar enfermedades en las cuales su uso no ofrece, en principio, ningún beneficio.

¿Por qué, cuándo disponemos de tanta variedad de tratamientos y son más eficaces que nunca, los placebos siguen persistiendo en la práctica de la medicina? No podemos dejar nunca de lado que la medicina tiene sus límites. Es cierto que cada vez más enfermedades tienen tratamientos exitosos y también es cierto que los pronósticos de muchas graves enfermedades van mejorando. Sin embargo, a veces ocurre que no se conoce la causa de la enfermedad, o no se sabe con certeza de qué enfermedad se trata o, incluso aunque se sepa, no existe ningún tratamiento efectivo. Es decir, a menudo y por múltiples razones, existe un "vacío" o desamparo terapéutico que merma mucho la psique del paciente y puede dejarle sin esperanzas de curación.

Ante tal desamparo terapéutico hay básicamente dos formas de actuar.
– Hacer de tripas corazón y sincerarse con el paciente diciéndole que no hay nada para curar o aliviar su enfermedad.
– Recetarle un placebo, sin que él lo sepa, haciéndole creer que puede que con ello se cure o alivie su enfermedad.

No hay ningún consenso en este dilema. Unos médicos son partidarios de la primera postura y otros de la segunda. Sin embargo, la ley castiga a aquellos que "engañen" o no respeten la autonomía del paciente. Si un médico le receta un placebo a su paciente haciéndole creer que es efectivo contra su enfermedad, está ejerciendo una actitud conocida como paternalismo médico. Una postura en la que el médico dispone y decide sin tener en cuenta las preferencias del enfermo. Un hecho que, además de ser denunciable y sancionable, puede crear desconfianzas futuras en el paciente ("¿y si lo que me receta esta vez es también placebo?")

Por supuesto, también podría existir la posibilidad de que el médico informara con claridad al paciente de que el tratamiento se trata de un placebo. No incurriría en ningún engaño… Claro que entonces el placebo dejaría de serlo pues ya el paciente conoce previamente que no tiene ningún efecto. Es decir, para que un placebo pueda ser eficaz debe, al menos, haber previamente un engaño.

Aunque pudiera parecerlo, los placebos no sólo se utilizan ante el dilema anterior. A veces (y cada vez más) muchos pacientes no salen contentos de la consulta si no se les ha recetado nada. Puede que tengan una enfermedad leve que remitirá en unos días, una alteración de la piel para la que no hay tratamiento… Ante estos pacientes exigentes muchos médicos optan por el camino fácil: Placebo al momento y paciente contento.

Dejando a un lado esta excepción anterior, es importante valorar la importancia del placebo en cada tratamiento y trato con el paciente. Conforme menos minutos pueden destinar los médicos a sus pacientes menos efecto placebo adicional podemos esperar que ocurra en los tratamientos con eficacia probada. Las consultas de 5 minutos no dejan apenas tiempo para contagiar esperanzas de curación ni tampoco para transmitir un empático y humano sentimiento de que están poniendo todo de su parte para hacer que el paciente se cure. Los tratamientos de eficacia probada curan, pero curarían más con un trato médico-paciente más humano que permitiera un mayor efecto placebo.

Fuente: Esther Samper – soitu.es

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