Miscelánea

¿El teatro en Venezuela una representación de la crisis?

Caracas, 11 de Marzo de 2017, Una entrega más de la Escuela de Espectador de Venezuela.- 

Partiendo del análisis del teatro posmoderno en el que la acción dramática se sustituye por lo que se concibe como una ceremonia que no necesita de equivalencias externas, pues se torna autorreferencia. 

En la cual lo importante es la descripción de recuerdos, la narración de vivencias o la captación de las sensaciones. Provocando en el director o directora, emprender el trabajo de actores a partir de la percepción de una serie de situaciones extraídas de la cotidianidad en el instante de producirse. Y por otro lado lo que hemos entendido en Latinoamérica, al esforzarnos al parecer,  por mostrar la crisis socio-económica que nos envuelve. 

Proponiendo como base del trabajo interpretativo, el habla de la marginalidad  en alternancia con la búsqueda de un nuevo lenguaje lírico, del caos. A la par de lo que se concibe, según algunos teóricos, como  polisemia lingüística, en pos de una belleza basada en una retórica efectista.

Derrida lo describía como la disolución del texto en la textualidad practicada, o más específicamente cuando se habla de la libertad incontrolada de los juegos del lenguaje. O la manera de interpretar o decir el texto dramático, surgiendo una prosa espontánea y desgarrada llevada a la escena como compromiso. 

Muy probablemente el lector identifique en este, mi texto, una suerte de ejercicio o exposición de intelectualidad, o lo que gran parte considera, deba ser clarificado para que la gente común lo entienda… Me disculpo ante muchos, pero el espectador venezolano, el teatro de nuestra tierra, merece ser tratado por este comunicador, con la dignidad que se merece. Por considerarlo valor cultural de nuestro país ante el mundo, y no muestra del subdesarrollo tan promulgado y expuesto, aún en los libros de texto escolares. 

Considerando el buscar nuevos asuntos que sirvan para reflejar la realidad, exponiendo  más allá de discusión la doméstica, del nuevo creador de textos o dramaturgo. En este marco de ideas, algunos de sus temas favoritos son: la expresión de un mundo caótico y sin sentido que provoca la desesperanza. El placer desmedido y despiadado, o la ambición desmesurada de dinero y que se aboca a la obscenidad o formas aberrantes de sexualidad y codicia. 

La castración de un sujeto en libertad, sin ataduras éticas, sociales, morales, subiendo a la escena al antihéroe, al antipersonaje. A los seres marginales de  espacios callejeros, o caóticos preñados de antivalores.

Ciertamente pueden ser una justificación para: intentar reflejar la sociedad contemporánea, que esconde detrás de las buenas formas o clichés estandarizados, una convivencia marcada por la violencia, el odio, el sexo, el afán de poder y el dominio de unos sobre otros. 

Valdría sin embargo la pena preguntarnos,  si acaso, estos espectáculos no pretenden una transformación de la sociedad o de los comportamientos. O se proponen satisfacer  compromisos políticos, manipulando a los espectadores en formas de identidad social.  O contar simplemente historias, en las cuáles el mundo se describe, sin explicaciones o interpretaciones como lo dice  Tabucchi.

Por otro lado, la actuación teatral tiene que producirse sin que exista mediación alguna entre el mundo ficticio y el espectador, que asiste a un espectáculo, que lo ve con sus propios ojos, que logra alcanzar cierta transformación, entretenimiento o reflexión,  mediante el contacto directo, vivo y cercano entre actores y espectadores. 

¿No es acaso el compromiso que esa interacción constante y abierta, espontánea, se deslastre de ese rol  que al parecer es el más llamativo y chocante? , que buena parte del teatro actual, que se supone más renovador o vanguardista, se identifica con la pretensión de no representar nada.

Lo nuevo es, para algunos creadores de la escena teatral nacional, la autonomía de estos principios. Es decir en qué lugar se  ponen, al negar lo que intentan mostrar, que es la otra cara del teatro, la ficticia o ausente.

Ese ejercicio de colocar el énfasis en la presencia de lo que se alude como el cuerpo real líquido de la ficción en personajes  que a su vez  son ficticios, sustentando como visión o propuesta escénica en crisis, motivada por la contracción económica, o como respuesta a la carencia de apoyo de las instituciones o del gobierno. ¿Ha de ser el sustento de una concepción teatral venezolana, conducida  a un reduccionismo? .

El resultado del empobrecimiento y simplificación, renunciando en definitiva a los usos metafóricos, demostrando muchas veces en la escena. La elocuencia de una o  varias mentes capaces de memorizar el texto, aunque lo recibido por el espectador, esté muy alejado de la interpretación sólida, llevándolo a estar en sintonía con el uso literal de las palabras y entienda en ello que se hace teatro. 
 
Algunas conjeturas en tal sentido, podrían  continuar siendo revisadas, en ese proceso de consecuencias: como lo es la glorificación de la simple realidad, expuesta demasiadas veces en la trivialidad de los reality shows televisivos.

Olvidando lo que bien describía Marcel Ducchamp: "En teatro se trata más bien de juegos (de manos) con la realidad, que tienen que ver con la permutación de la obra en un proceso inaugurado con lo "real" de lo ordinario. Entre la provocación tan gastada y el aburrimiento siempre renovado."

O lo señalado Szondi referente al texto dramático, el cual es portador de una entidad absoluta. En la que el escritor cede la palabra a los personajes que dialogan ante un público, y este  asiste a conversaciones, que abordan asuntos cotidianos. 

Afrontando problemas a expensas de los impulsos y emociones de los personajes, desapareciendo así el dramaturgo como hacedor de la acción dramática y manipulador de los seres de ficción.

Observando además, que esta escritura dramática exige que el escenario sea un trozo de la vida. Que sí se han de teatralizar historias pretéritas (tradiciones o mitos), necesita la ilusión del espectador, su conexión o entendimiento, claramente consumido. 

Otra interrogante que muy probablemente sea más aceptada, es que desde el siglo XIX se plasmó en los escenarios del mundo y la cual continúa pujante en lo que llevamos siglo del XXI, lo que denomina Lehmann en su libro, como el teatro posdramático. 

Ciertamente un calificativo excesivamente amplio y por ende superficial, muy  discutido, en el cual se acunan formas muy variadas de hacer teatro. Las cuáles se enmarcan a partir de la  ruptura con la escritura dramática del pasado siglo.   

El teatro posdramático, da por término la ilusión del espectador, el cual considera real cuanto ocurre sobre la escena. Y propone, como ya lo demandaran Meyerhold y Brecht, la percepción de la escena como espacio lúdico. 

Convendría analizar finalmente como conclusión: el artificio y el proceso artístico al mostrarse como tal, sin pretensiones imitativas. Al encerrar una pluralidad de estilos, desde el simbolismo, el happening, a nivel de trabajos de actores, ejes de dirección, etc. ¿Qué demandaría de la representación?, ¿Dónde se incluiría el teatro dramático naturalista más psicológico e intelectual?. El cual plantea una mayor exigencia cultural en la recepción, es decir en la capacidad que un espectador tenga de entender la propuesta, analizarla, disfrutarla y hasta de ser impactado, para bien o mal. 

El teatro de la presentación, más emocional, social, participativo y ostensivo de situaciones y vivencias. ¿No supone dos tendencias?: el nuevo expresionismo, también denominado por otros como nuevo realismo y el teatro posmoderno.

Aunque no necesariamente, cualquier respuesta , análisis o conjetura, nos lleve a la incipiente actualidad obviando generalidades y precisando un gran número de espectáculos teatrales ligeramente concebidos en Venezuela. 

Pudiésemos optar y así el espectador lo reclama, por una esperable evolución y consolidación de la nueva productiva y potente escena teatral venezolana, aún a pesar de la crisis.
 
Revisando quizás que en el teatro post-moderno, ciertamente se alterna el habla de la marginalidad con la búsqueda de un nuevo lenguaje lírico. Al mismo tiempo se busca una polisemia lingüística en pos de una belleza basada en una retórica efectista, produciéndose lo que Derrida describe como la disolución del texto en la textualidad practicada.  

Específicamente me refiero, cuando se habla de la libertad incontrolada de los juegos del lenguaje o la manera de interpretar o decir el texto dramático, permiten surgir una  prosa espontánea y desgarrada.
 
Buscando nuevos asuntos que sirvan para reflejar la realidad, exponiendo verdades más allá de la discusión doméstica. En este marco de ideas, algunos temas favoritos son: la expresión de un mundo caótico y sin sentido que provoca la desesperanza. El placer desmedido y despiadado, o la ambición desmesurada de dinero y la continua reflexión moral que aboca a la obscenidad o formas aberrantes de sexualidad y codicia. 

La castración de un sujeto en libertad, sin ataduras éticas, sociales, morales, subiendo a la escena el antihéroe, el antipersonaje, los seres marginales de  espacios callejeros, o caóticos preñados de antivalores. Buenos y contundentes elementos que justifican intentar reflejar la sociedad contemporánea. 

Sin embargo, no olvidando el creador de la escena, que se debe a un espectador, para él es su obra, a él es a quien debe atrapar, informar, comunicarse...y solo si lo alcanza, podrá considerar que el aplauso es la cristalización de una conquista, no de un esfuerzo sangrante expuesto entre la crisis. Sino una identidad que trascienda ante el mundo y sea muestra de conciencia, dignidad y representación del teatro venezolano para el mundo.  

Por: Julio César Alcubilla B. 

Fuente: Julio C. Alcubilla B. Crítico de Artes Escénicas/Periodista
Cultural-Moderador de TV.

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