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«La Lupe» reencarna de función en función en la actriz Samantha Castillo

Por: Julio C. Alcubilla B.

Récord Report Internacional en THP
Cultura/Artes Escénicas/Teatro

Con poca frecuencia ocurre que un espectáculo nos atrapa hasta el punto que nos convierte en espectadores acuciosos impactados, cargados de satisfacción y emoción por la experiencia vivida. Este es el caso de "Me llaman La Lupe" dirigida por Miguel Issa.

Recordando a José Sanchez Sinisterra connotado teórico del teatro latinoamericano, monologuista y acertado director, calificaba que el monólogo es un arte de interpretación y de cuidada escritura, al que no es común de acceder con calidad ni como intérprete, ni como lector ni como espectador. Es el arte del yo contemporáneo que es habitado por el lenguaje de los otros. 

Basándome en esta revisión, Samantha Castillo, una joven actriz de poco mas de quince años en la escena capitalina, que ya ostenta siete premios internacionales, en dos películas:"Pelo Malo" y "El Amparo", nos ofrece el resultado sorprendente, en el que demuestra un minucioso trabajo interpretación y dirección de actores. Miguel Issa logra catapultar su esfuerzo interpretativo con acertado tino, alcanzando en esta actriz encarnar mas allá de lo plausible al personaje La Lupe.
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Experimentando por otro lado como espectadores, una cercanía tan embriagadora, mística, histórica, reflexiva, que por momentos creemos estamos en presencia del propio personaje, que del mas allá viene a tomar el cuerpo de la actriz Samantha Castillo.
Escrita por Roberto Pérez León, periodista y dramaturgo cubano que vivió un largo tempo en nuestro país, el texto de esta obra de arte, se propone desnudar al personaje La Lupe mas allá del despliegue de su connotada espectacularidad cabaretera. Penetrando en su universo intimo, su apasionamiento probablemente exagerado, sus dolores en el exilio… el juego triunfante de su decadencia y marginalidad.
Una mujer que dos meses antes de morir, nos devela la gran estafa de la santería, su adopción evangélica, conflictos, recuerdos, contradicciones y ambigüedades. Y en el mismo contexto no se disocia de esa capacidad que tiene de hacer de su vida una parodia.
Sin duda alguna, La Lupe es un personaje que amerita ser llevado a la escena mas allá de un performance artístico y Miguel Issa lo entiende a partir de la revisión al detalle del texto, para brindarnos como resultado ese ritmo cuya lectura profundiza en la dramaturgia corporal y se perfila como sinfonía que roza lo operático. 
Enriquecida por una propuesta de arte escenográfico: iluminación, vestuario y sonido que acompañan y miman a la intérprete, entre  tonos salmón desvanecido. Símbolos o elementos semióticos que ubican al espectador en ese retrato decadente de una Habana que se dejó en el exilio, pero que nos presenta algunas evocaciones de dignidad perdida, en esas sillas plenas de recuerdos.
La imagen del árbol seco, como metáfora insolente de un alma lascerada por la caída, el olvido y el recuerdo teñido de desesperanza. El vestuario de una época, un arrojo finales de los cuarenta entrando a los cincuenta, que como columna hogareña sin otras pretensiones es casi del mismo color de las paredes, lo cual logra que se disuelva o sea parte del espacio a modo de metáfora reflexiva… Descubriendo sin embargo como acento conectivo, la cuidadosa selección del calzado de época de diseño hispánico…y ese beige clásico de pasadas glorias.
Todo ello nos lleva a entrar en contacto con el propósito de este colectivo teatral, que destaca como el personaje La Lupe era amante del espectáculo, que aún vive en el recuerdo de muchos. Y que en la escena sigue vigente o se hace presente, en eso que ocurrió, que nos habla de La Habana, en la nostalgia… la voz que no se extingue aunque se fragmenta.
Samantha como una intérprete dócil, entra en este proceso creativo de la escena, a partir de una revisión de la locura o enajenación caótica del personaje y al mismo tiempo ofrece al público un resultado basado en la investigación corporal y en el proceso de construcción del personaje a partir de ese develar del poder corporal y gestual, que se complementa en el espacio escénico.
En una reciente entrevista, que le hice a la actriz declara haber estudiado a Olga Guillot por sus expresiones vocales y a Lola Flores, que era a quien imitaba La Lupe. Para ofrecernos un cuadro en el cual se pinta la escena, una imagen de ese personaje tan visceral, que invita a imaginar sin contar. Que era voz, pasión, locura y catarsis.
Esa imagen la habita y ese sonido de la voz de La Lupe, sale de su cuerpo, considerando que el autor del texto dramático, no se plantea a la actriz o intérprete cantando en la escena. Esto es propuesto por Miguel Issa a través de una serie de signos que evocan a La Lupe. 
Una propuesta en la que se logra inclusive, que los desplazamientos escénicos y los silencios, sean música. Que se descubren como las partes instrumentales en armonía que acompañan esa musicalidad del cuerpo, en la cual el climax es aria y silencio. 

Samantha Castillo no omite en su carga expresiva, el dolor o quebranto de La Lupe en su intimidad sexual, en esa mujer lastimada también en su sexualidad. Sus transiciones interpretativas, su manera de caminar, ese vuelo de sus dedos, que se hacen alas cargadas de expresión, la mirada extraviada que por momentos pareciera que estuviésemos en la presencia de La Lupe narcotizada.
La búsqueda de la teatralidad, perfeccionando el abordaje del personaje de La Lupe desde su fisicidad: forma de caminar, miradas, profundización del movimiento, partes del cuerpo que lo llevan a la acción dramática y su fuerza como presencia escénica. Apoyan por otro lado la palabra justa y el gesto preciso, la actriz pareciese haber estudiado a Mijail Chejov o la fisicidad de la palabra.
En otro orden de ideas, Miguel Issa pudo haber considerado para este montaje, las revisiones de Marcel Duchamp, quien descubrió una realidad interpretativa del lenguaje y su reflexión sobre la escritura coreográfica musical. Colocando al gesto como una fuerza que se sitúa en una relación de tensión por un lado y por el otro como un reflejo de la musicalidad interior.
Finalmente debemos reconocer lo que Argüello Pitt, 2006-66, describe: "el cuerpo en su movimiento presenta el acto de la escritura, en cuanto a que es dibujo que surge y se expresa a propio de su propio movimiento…, acto que realiza sobre el espacio escénico y sobre el cuerpo mismo del interprete como soporte y que se inscribe como signo y como texto que produce un sentido" 

Éste montaje construye a través de una carga dramática sorprendente, el develar de una historia más allá de ser dicha. En cada gesto de su propuesta dramática, se exprime y demuestra el esencial carácter del personaje La Lupe, junto al trabajo vocal en el que se expone el carácter interpretativo al servicio del juego teatral, llegando a la concreción de un espectáculo imperdible y memorable…

Fuente: Julio César Alcubilla Bonnet/Récord Report THP/Cultura/Artes Escénicas

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