Sociología y comunicación

La humanidad castiga a los generosos

Un experimento revela que los seres humanos pertenecientes a un grupo castigan a los miembros que son generosos haciendo que sean rechazados socialmente, incluso cuando su generosidad beneficia al grupo.
 
Un experimento revela que los seres humanos pertenecientes a un grupo castigan a los miembros que son generosos haciendo que sean rechazados socialmente, incluso cuando su generosidad beneficia al grupo.

Dice un dicho anglosajón que ninguna buena acción se queda sin castigo. Algo que seguro muchos han experimentado. No parece que algo así beneficie a la sociedad, pero, sin embargo, se da.

Las formas que tiene la mente de fomentar la cooperación entre humanos son a veces contradictorias. Se supone que nuestra especie ha tenido éxito gracias a esa cooperación, a nuestro sentido de la justicia, etc. Pero también ha producido otros subproductos como la religión.

En un estudio reciente realizado en Baylor University se ha podido comprobar que el grupo castiga a los miembros que son generosos haciendo que sean rechazados socialmente, incluso cuando su generosidad beneficia al grupo, cosa que es contradictoria e ilógica. El artículo en cuestión, realizado por Kyle Irwin y Christine Horne, fue publicado en Social Science Research.

Si el estudio es correcto no deja de ser inquietante. Los generosos no sólo reciben el rechazo del grupo, sino que algunos de los participantes en los experimentos pagan para que el generoso sea castigado de acuerdo a un sistema de puntos.
Según Irwin aunque superficialmente este comportamiento no tenga sentido muestra lo poderosas que son las normas para el grupo. Los miembros del grupo parece que piensan que es más importante ajustarse o amoldarse al grupo que el beneficio del grupo.

Entraría dentro de una estrategia general para evitar que los aprovechados, que se benefician del grupo pero no aportan, sigan explotando al grupo. El problema es que los inconformistas o diferentes pueden ser también considerados aprovechados (aunque realmente no lo sean) y sean castigados igualmente con el ostracismo.

En los experimentos estos dos investigadores dirigieron un juego en el que participaron 310 voluntarios. A cada persona de le otorgaban 100 puntos que les daban oportunidades de conseguir una tarjeta regalo. Tenían que decidir cuántos de esos puntos daban al grupo y con cuántos puntos se quedaban. Las contribuciones se doblaban y luego se repartían lo conseguido por igual independientemente de cantidad donada.

Las transacciones se realizaban con un sistema informático y los participantes no tenían posibilidades de contactar con los otros miembros del grupo antes de realizar las donaciones. Además, en los experimentos había miembros que en realidad eran simulados con un programa que tenía su comportamiento predeterminado.

A cada participante se le decía que sabría las contribuciones de los otros cuatro, que él sería el quinto en contribuir y que después habría un sexto participante. El último estaba siempre simulado y programado para o bien ser mucho más generoso que los demás o bien ser una egoísta.

Cada miembro del grupo tenía entonces la oportunidad de pagar un castigo, mediante el sistema de puntos, a otros miembros del grupo que contribuyeran más. El castigador tenía que pagar un punto suyo para quitar tres puntos a los demás. Al parecer muchos lo hacían.

Además cada miembro debía puntuar en una escala de del 1 al 9 cuánto deseaban que cada miembro permaneciera en el grupo. Esto permitía una medida del ostracismo que se quería imponer sobre los generosos.
En promedio los miembros donaban el 50% de sus puntos. Los más egoístas sólo donaban el 10%, mientras que los más generosos donaban el 90%.

Irwin relaciona este tipo de castigos con el rechazo social o el reírse de alguien que ha hecho la mayor parte del trabajo de clase o incluso con expulsar a la persona de un grupo.

«Debe de haber diversas razones por las que los otros castigan al miembro generoso. Puede ser que el generoso les hace quedar o sentir mal. O puede que les haga sentirse celosos o que no están haciendo lo suficiente», dice Irwin.
Sugiere que en cierto momento, si las contribuciones terminan siendo grandes, los deseos de beneficio de los miembros se anteponen al deseo de castigo.

Fuente: neofronteras.com

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