Miscelánea y otros

La mayor ilusión óptica del mundo

Noche de verano, cena al aire libre. Alguien vuelve la mirada al horizonte y plantea una trivial observación: «¿Os habéis fijado que la luna parece más grande sobre el horizonte que cuando se eleva en lo alto del cielo?» «Debe ser por el grosor de la capa atmosférica, lo mismo que tiñe los ocasos de rojo», responde otro. De inmediato, la conversación vira de nuevo a esos asuntos que se deslizan en cualquier charla de verano, cenando bajo el enorme ojo vigilante de la luna. Asunto zanjado.

Pero, lástima, no es tan sencillo de explicar. De serlo, ahorraría algunos quebraderos de cabeza a la Ciencia. Hay dos maneras simples de comprobar que lo que percibimos como una luna más grande no es real, sino la ilusión óptica más grande del mundo.
La primera, enrollar un pedazo de papel a modo de telescopio y observar nuestro satélite a su través, aislándolo de su entorno. Como por ensalmo, el efecto de la gran luna se desvanece. El segundo método requiere una cámara y algo de técnica fotográfica. Tomando exposiciones a intervalos fijos durante la carrera celeste de la luna, se verifica que su tamaño es siempre el mismo.

Enigma escurridizo

El fenómeno es conocido desde la antigüedad. Como colofón de más de dos milenios de Ciencia hemos clonado especies, hemos construido superordenadores, e incluso hemos puesto el pie en el astro que, pese a toda nuestra tecnología, continúa mofándose de nosotros con su engaño visual.
Pero no se apure: si usted no ha participado en ninguna de estas hazañas de nuestra especie, le consolará saber que la todopoderosa madre Ciencia aún no ha resuelto definitivamente algo tan presuntamente trivial como el enigma científico de la «ilusión de la luna».

La cuestión ha sido objeto de debate, e incluso la web de la NASA posee una página específica dedicada a este desconcertante acertijo natural. Gracias a la Ciencia y a las fotos, sabemos que el tamaño aparente de la luna en su recorrido sobre el cielo es siempre el mismo -medio grado angular-, y que el diámetro de su impresión física en nuestra retina tampoco varía: unos 0,15 milímetros. ¿Y entonces, qué nos ocurre?

La «Ilusión de Ponzo»

La tentativa de explicación más sencilla se basa en la llamada «Ilusión de Ponzo», un efecto descrito en 1913 por un psicólogo italiano que dibujó dos segmentos paralelos de la misma longitud entre dos líneas convergentes, como las vías de un tren. El resultado es que el segmento más próximo al «punto de fuga» parece mayor. Aquello que percibimos como más lejano parece «aumentar» de tamaño respecto a su entorno. Para ello, basta situar, en una imagen de un pasillo en perspectiva, dos «bolas» de igual tamaño a distinta altura.

En esto se basa una hipótesis clásica: la «bóveda plana». Según afirman los científicos, nuestra mente no percibe el cielo como una semiesfera, sino como una «panza» invertida. Si el tamaño angular de la luna es siempre el mismo, su dimensión aparente sobre nuestras cabezas, donde el «techo» parece más próximo, es menor que en el horizonte, más lejano para nuestro cerebro.

Esta teoría, que parece satisfactoria, ha encontrado incluso un insólito soporte experimental: el pasado año, el psicólogo Scott Murray, de la Universidad de Washington, explicó en la revista «Nature Neuroscience» que cuando dos objetos proyectan el mismo ángulo en la retina, pero uno de ellos se percibe más alejado -la bola del fondo del pasillo-, activa un área mayor en el córtex visual del cerebro, lo que se detecta por resonancia magnética.

Ley de Emmert

Para más albricias, en el año 2000, Lloyd Kaufman, del Departamento de Psicología de la Universidad de Nueva York, y James H. Kaufman, del Departamento de Investigación de IBM -padre e hijo-, publicaron en la revista «PNAS» el uso de un dispositivo de «lunas artificiales» a cuya contemplación sometieron a los sufridos voluntarios. Su conclusión: que la luna del horizonte yace a una mayor distancia percibida, lo que, por si fuera poco, concuerda además con la llamada «Ley de Emmert»: el tamaño percibido de la luna es proporcional a su distancia percibida. Resumiendo: más baja, más lejos. Y más lejos, más grande. Luego más baja, más grande. ¡Eureka!

Todo parece encajar. Y sin embargo…

El psicólogo de la Universidad de Wisconsin Don McCready plantea la llamada «paradoja tamaño-distancia», apuntada en otros estudios durante los últimos 40 años: si lo anterior es cierto, ¿por qué la inmensa mayoría de los voluntarios se empeñan en manifestar que la luna del horizonte no está de ningún modo «más lejos», sino al contrario, «más cerca»? ¿Es nuestro cerebro el que nos engaña, o se deja engañar?

Micro/macropsia oculomotora

Como alternativa, discutida a su vez por sus detractores, McCready propone una teoría llamada nada menos que «micro / macropsia oculomotora», o variación en la percepción angular según la sensación de cercanía o lejanía respecto al entorno.
¿Complicado? La luna sabe confundirnos. Pero sin su ilusoria prestidigitación, nadie habría cantado jamás cómo la luna clava en el mar un largo cuerno de luz. Y sin esto, nuestro planeta sería un lugar decididamente insoportable.

Fuente: astroguia.org

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