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El dólar deja de ser «lo más parecido al oro»

Tras la segunda guerra mundial y los acuerdos de Bretton Woods el dólar quedó indisolublemente ligado al oro, lo que facilitó el creciente comercio mundial entre las décadas de los años 50 y 60. Sin embargo, los costos de la guerra de Vietnam obligaron a Richard Nixon aquel domingo 15 de agosto de 1971 a terminar con la convertibilidad del dólar en oro. La consecuencia directa de esta decisión unilateral fue la sostenida devaluación del dólar, que en los años 70 desató una inflación generalizada y cuya curación, a partir de 1979, consistió en dos recesiones para Estados Unidos y la crisis de la deuda para el Tercer Mundo en lo que se llamó "la década perdida" para América Latina.

Desde su ruptura con relación al oro, el dólar se convirtió en la principal medida de valor, en la divisa internacional por excelencia (lo más parecido al oro) y también en la principal reserva de los bancos centrales del mundo. Todo el espíritu monetarista abrazó una relación de dependencia con el billete verde en un espíritu fetichista y lascivo que generó tres décadas de desenfreno, consumismo y endeudamiento.

Sin embargo, la alicaída situación económica que hoy vive Estados Unidos, con un endeudamiento público que llega al 80% de su PIB, y un endeudamiento privado que supera todo el PIB mundial, más una tasa de desempleo que amenaza con batir todos los record desde la postguerra, lo tiene en las puertas de hacerle perder la hegemonía económica que le permite el señoreaje del dólar.

Difícilmente se puede culpar al resto el mundo por aceptar la hegemonía del dólar para acceder al comercio internacional. Todos pensaban que su sistema sería transparente y racional. Pero el desastre de las hipotecas subprime y de los derivados financieros demostró el esquema ponzi sobre el cual se levantó el imperio americano. Un imperio que se ha desplomado como un castillo de naipes o como esas piezas de dominó que ayer vimos caer en las puertas de Brandenburgo, en conmemoración a los 20 años de la caída del muro de Berlín.

Los banqueros centrales de todo el mundo guardaron dólares esperando que este mantuviera su valor justamente para comprar aquellos productos transables en divisas: oro, petróleo, cobre y otras materias primas. Pero el poder adquisitivo del dólar ha disminuído fuertemente y una vez que una moneda deja de actuar como depósito de valor, sus días están contados. Y así como la onza de oro (31,1 gr) llegó la semana pasada a 1.100 dólares, esta semana el euro puede cruzar la barrera de los 1,50 dólares que según Henri Guaino sería un desastre para Europa.

A diferencia de 1971, esta vez la Reserva Federal tiene muy pocas herramientas para operar. No puede elevar las tasas de interés a un nivel suficientemente atractivo para seducir a los inversores a mantener dólares. La economía estadounidense se tambalea en una cuerda demasiado débil socavada por el mercado inmobiliario, el mercado petrolero y un mercado crediticio plagado de turbulencias y desastres financieros (van 120 quiebras bancarias en el año).

Esto ha vuelto a traer al tapete la frase que John Connally, el secretario del Tesoro de Richard Nixon, pronunció a los furiosos ministros europeos en 1971 a raíz de la decisión unilateral de dar término a la convertibilidad: "el dólar es nuestra moneda, pero es su problema". Por ello el presidente francés Nicolás Sarkozy señalo la semana pasada que "el dólar no puede seguir siendo el problema de otro".

Como expresamos en otros artículos, a Estados Unidos le conviene un dólar barato: encarece las importaciones, pero provoca un boom en sus exportaciones, algo que puede ayudarle a paliar los duros efectos de la crisis y el desempleo. Pero esta conveniencia es el dolor de cabeza de Europa, ya que le corta las exportaciones y la obliga a cerrar empresas. El mundo se enfrenta a un escenario crucial: lo último que puede querer Europa, Asia o América Latina es un dólar débil. Ningún banco central va a volcar sus reservas para acelerar su colapso. Pero tampoco hay quien lo levante. Así es como todo el mundo pagará una crisis gestada e incubada en Estados Unidos.

Lo único que queda es aprender que la moneda global no puede ser la misma que circula al interior de un único país. Nadie puede ahorrar en una moneda que pierde valor cada día. De ahí que esté todo el mundo envuelto en el mismo dilema: a nadie le convine que el dólar deje de funcionar pues todo se fundamentó en el dólar y en muchos lugares el billete verde sigue siendo lo más parecido al oro.

Fuente: Marco Antonio Moreno – elblogsalmon.com

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