Miscelánea

El lenguaje verdadero funciona al margen de las academias

José Antonio Millán, escritor, filólogo, impulsor del Centro Virtual Cervantes y blogger:
"El lenguaje verdadero funciona al margen de las academias"

Poeta, novelista, filólogo en ejercicio, antiguo atleta lanzador de peso, blogger preocupado tanto por lo que ocurre dentro como fuera de la Red, director de la primera edición en CD-ROM del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española… Todo esto y mucho más es José Antonio Millán; tal vez la persona que más al tanto esté sobre los profundos cambios que las nuevas tecnologías está operando en el español. Sus trabajos, de gran amplitud temática, fueron premiados el pasado invierno por los periodistas digitales españoles, reunidos, como viene siendo habitual, en Huesca. Pero ante todo Millán es un optimista que asegura que nuestro idioma es un ser vivo que se enriquece día a día a la vez que se globaliza.
Sin duda las nuevas tecnologías son una puerta de entrada masiva a neologismos de todo tipo y pelaje, un torrente de 'genes lingüísticos' que invaden día a día nuestro idioma. ¿Esta perdiendo fuerza el español en la nueva sociedad digital, o por el contrario se está viendo renovado?

Bueno: me gusta pensar en las palabras nuevas como en organismos vivos que vienen a pastar a las anchas praderas de nuestra lengua, y por supuesto, no las veo como una 'invasión'. Como decía un autor en el siglo XVI: "Habéis de saber que los lenguajes tienen muchas veces tanta conformidad y amistad unos con otros que se prestan vocablos, y de tal manera que algunas veces los dejan olvidados hasta que el largo tiempo y el uso los vienen a hacer propios". Estos neologismos de las nuevas tecnologías (que muchas veces reintroducen en nuestra lengua raíces latinas o griegas) acabaran siendo tan propios como los anglicismos 'gol' o 'chutar'. En septiembre saco en RBA un libro, 'El candidato melancólico', cuyo subtítulo es: 'De dónde vienen las palabras, cómo viajan, por qué cambian y qué historias cuentan'. He estado año y medio materialmente sepultado en los viajes de las raíces indoeuropeas, o en las palabras persas, árabes, griegas e incluso chinas coladas en nuestra lengua. Con esa perspectiva, no dudo de que el español saldrá de la revolución digital bastante más rico y animado.

Usted ha dicho en una entrevista: "El español no corre peligro, el español seguirá en uso, pero acabaremos pagando por usarlo". ¿Qué quiere decir con esto?

Hablo de su utilización mediada en los ordenadores. Cada vez usamos más tecnologías lingüísticas. Por ejemplo, cuando el buscador nos propone una palabra en vez de la que le hemos dado mal escrita, cuando traducimos automáticamente un texto, cuando hablamos por teléfono con un sistema automático, cuando un procesador de textos nos corrige un error o nos propone un sinónimo. Usamos la lengua de nuestros padres gratis, pero en el medio digital hacemos uso, muchas veces sin darnos cuenta, de unos programas que no han desarrollado empresas de países hispanohablantes. ¡A eso llamo yo pagar por usar nuestra lengua!

De momento la Real Academia parece muy callada ante la avalancha de neologismos que aparecen cada día en Internet, o ante las simplificaciones ortográficas en los mensajes vía SMS. Como director de la primera edición en CD-ROM del Diccionario de la Real Academia: ¿cree que hay desconocimiento del fenómeno de esta mutación lingüistica o sencillamente impotencia para regular?

A mí las simplificaciones gráficas de los SMS no me preocupan, como no me preocupaba la prosa de telegrama, o las abreviaturas en los toldos de los comercios: son recursos que se usan, y no plantean grandes problemas. Algunos, incluso adquieren carta de naturaleza, como la abreviatura medieval de la doble ene, que dio lugar nada menos que a la ñ, ¡nuestra letra fetiche! Pero respecto a los neologismos, yo creo que la Academia no está nada callada: ahí están los setenta términos o acepciones informáticas que incorporó el Diccionario en el 2001, como el feo 'cederrón' [de CD-ROM] (que, por cierto, nadie usa). Luego el Diccionario Panhispánico de Dudas ha incorporado muchos otros, con más manga ancha en lo que se refiere a aceptar extranjerismos. Otra tema es que estas cosas luego calen en la gente: en lengua las cosas funcionan por sufragio universal y mayoría absoluta. Ya puede la Academia, o quien sea, proponer algo, que si a los hablantes no les gusta, no lo usarán: mire usted lo que pasó con 'güisqui'.

Pero, aparte de incorporar algunas palabras, lo máximo que han hecho es donar el 'corpus lingüístico' del español a Microsoft para que, al menos, sus programas conserven cierta coherencia con las normas…

Sobre el acuerdo de la Academia y Microsoft yo no sé nada a ciencia cierta, más que lo que han dicho ellos (que ha sido muy poco): para que los correctores de Word se coordinen con las normas académicas sólo hace falta pasarles el diccionario y una Ortografía: el 'corpus' es para investigación y generación de programas lingüísticos. Si Microsoft está usando para investigación el 'corpus' de una institución financiada en gran parte con dinero público, supongo que habrá alguna contrapartida (aunque no sé cuál), y que otra empresa también podría usarlo.

¿Se puede luchar desde la ortodoxia academicista contra la llegada de verbos como 'googlear', 'indexar', 'clicar'…? Lo digo porque describen acciones muy difíciles de traducir si no se conocen y no se viven las nuevas tecnologías.

De nuevo, yo no hablaría de 'lucha' (que implica que alguien ataca, y a nadie le ha agredido nunca una bandada de 'clics' ni un racimo de 'googles'): Frente a la entrada tumultuosa de palabras nuevas, hay algunas normas sencillas (dictadas por el sentido común, y no ya por ninguna ortodoxia) que cualquier hablante debería poder seguir, y que se ejemplifican muy bien con los verbos que me ofrece. Si en español hay una palabra que es 'índice', el verbo no debería ser 'indexar' (del inglés 'index', ¡aunque en el fondo sea latín!), sino 'indizar'. 'Clic' aparece en el diccionario en 1984 como onomatopeya del ruido del beso, en 1992 de un interruptor, y en el 2001 del ratón. Lleva más de veinte años dando vueltas por la lengua. El Panhispánico dice que no le gusta 'clicar' ni 'cliquear', sino 'hacer clic'… A mí me pasa lo mismo, pero a ver quién gana. Y por cierto, a ver quién gana en Latinoamérica, que es donde están más de las nueve décimas partes de los hablantes de español. Por último, hay cientos de palabras que empezaron siendo marcas comerciales y ahora están plenamente integrados: 'futbolín', o 'kleenex'. 'Googlear' (o 'guglear') puede ser otra más…

¿Debemos acostumbrarnos a tener un español mestizo y cambiante? ¿Tal vez a jugar con distintas versiones del español a la vez, como si de repente las fronteras lingüísticas con Latinoamérica y la comunidad hispana de Estados Unidos se hubiesen difunimado?

Yo creo que las personas nos ceñimos bastante a la forma de hablar que hemos recibido (la lengua materna), aunque la mayoría manejamos varios registros, como es lógico (más culto, más relajado…). Por más conocimiento que tengamos de otras variedades del español, y más contactos que haya entre ellas, sería absurdo que cambiáramos nuestra forma de hablar: ¿va a hablar uno de Orense como el natural de Zacatecas? Otra cosa es que en España aprendamos a reconocer (¡y a respetar, que es la parte más importante!) variedades latinoamericanas: conocer su vocabulario, saber evitar sus términos tabúes (que a lo mejor no son los nuestros), etc. Se ha señalado todo lo que han hecho las telenovelas por la entrada de palabras latinoamericanas en nuestra lengua. ¡Pero eso no nos ha dado un habla mestiza, aunque ya sepamos usar 'chévere'! En lo que respecta a la coexistencia lingüística, el futuro ideal será ser ciudadanos sesquilingües, es decir: capaces de comprender otras lenguas y otras variantes de nuestra lengua, aunque no seamos necesariamente capaces de hablarlas. Recomiendo mucho la lectura del libro del lingüista Juan Carlos Cabrera, 'De Babel a Pentecostés. Manifiesto plurilingüista'.

¿Cree que el español de hoy en día se parecerá mucho al de dentro de 50 años?

¡Ésta es la típica pregunta que un lingüista debería negarse a responder! Pero voy a contestar como novelista… En las obras de ciencia ficción tipo Heinlein o así, el viajero del tiempo o el hibernado que se alejaba unas décadas se encontraba una lengua bastante similar a la que había dejado, con la salvedad de algunos cientos de palabras, completamente desconocidas… Si alguien de la década en que nací oyera esta frase de hoy: "Te mando un link a un clip que he descubierto gugleando" no entendría nada, aunque la sintaxis y la fonética sigan iguales. Pero todo esto no es nuevo: fíjese en lo que decía un autor ¡del siglo XVI!: "Cada día dejamos unos vocablos e inventamos otros nuevos, de tal manera que cada cincuenta o sesenta años parece que es otro lenguaje nuevo". Probablemente la lengua popular cambie en más aspectos, aparte de la inclusión de palabras nuevas: nuestro sistema pronominal es inestable, sobre todo en los complementos, y podría dar sorpresas; éstas se podrían encontrar también en la fonética (adopción general del seseo, que ya es dominante en el español). Sólo puedo decir que me gustaría presenciar estos cambios… con buena salud.

El software se está convirtiendo en una herramienta de comunicación social casi tan importante como la charla de bar. Pero detrás del software no suele haber lingüistas sino, como mucho, programadores bien intencionados, cuando no multinacionales más interesadas en el beneficio que en ajustarse a los criterios semánticos de cada lengua.
¿Cómo se puede evitar que el significado de las palabras, lo que es correcto o incorrecto, lo que es censurable o no… lo determine un ejecutivo de Microsoft, por ejemplo?

Por lo general los fabricantes de software, como antes los de coches, los de tocadiscos, etc., como los físicos cuánticos o los biólogos, no intentan especialmente aumentar el vocabulario de las lenguas de sus compradores (incluyendo sus propios paisanos): los primeros sólo quieren vender y los segundos hacer su ciencia. Dicho esto, muchos fabricantes se han dado cuenta de que les trae más cuenta respetar las circunstancias de quienes les compran, y eso incluye muy especialmente la lengua. Si se compara la traducción de manuales de hace quince años con la actual, se verá todo lo que hemos mejorado. Quedan lagunas anecdóticas, como el hecho de que Microsoft utilice la pareja 'ratón/mouse' (porque la primera palabra es tabú en partes de Latinoamérica). De todas formas, a las personas excesivamente preocupadas por la influencia de la ciencia y la tecnología extranjeras en el español les pediría que se dedicaran a fomentar la investigación y el desarrollo en los países hispanohablantes, de modo que los inventos y avances de las siguientes décadas salgan al mundo directamente en español.

Por otro lado: ¿no tiene también un efecto positivo el que el lenguaje escape de las academias y sea instituido por gente no docta pero sí que vive el lenguaje real de la calle o de la Red? ¿No puede convertise en un agente dinamizador?

De verdad: el lenguaje verdadero, el lenguaje de donde beben todos los demás, incluso el académico, funciona al margen de las academias: es el habla de la calle, de los centros de trabajo, de los grupos de amigos, de la intimidad de las parejas… Es una lengua dinámica, cambiante y a veces muy bella: lo ha sido siempre. Hay una tendencia a confundir la lengua con la lengua escrita. Es lógico que los periódicos, las editoriales de libros sigan normas de unificación, y si no existen academias (como en el inglés) alguna otra institución se erige en el referente del 'buen estilo'. Lo que es demencial en el español es que siempre hay gentes más papistas que el Papa: la Academia, por ejemplo, decide (y a mi entender sin gran motivo) que se puede quitar el artículo antes de las cifras de año 2000 y superiores: '6 de octubre de 2006', pero dice que la otra forma es también correcta. A mí me suena fatal: siempre he oído y dicho "6 de octubre del 2006". Pues bien, esto, que sería una simple metedura de pata, se convierte en una aberración en manos de las personas y los medios que han decidido que la Academia 'ordena' que se escriban esas fechas sin artículo. ¡Y me escriben cartas regañándome por no seguir sus indicaciones!

Usted fue director del proyecto del Centro Virtual Cervantes, que trata de difundir la cultura española en la Web. ¿Cree que la globalización que permite Internet favorecerá el conocimiento de las grandes obras narrativas españolas? ¿No están expuestas a un cierto grado de deformación, modificación e incluso mejora, tal como sucede con el software libre? ¿Aceptaríamos un Don Quijote mejorado por un profesor de la Universidad de Arkansas? Quiero decir si lo admitiríamos; si admitiríamos que ha mejorado, por ejemplo, el ritmo de los capítulos que Cervantes dedica a los cuentos renacentistas…

Cuando nació el proyecto del Centro Virtual Cervantes, en 1996, realmente era una propuesta atrevida. Había una situación un poco rara, en la que era más probable encontrarte una obra clásica española en un servidor de la Universidad de Texas que en uno español. La verdad es que ellos habían empezado antes, y eso era completamente lógico. La situación ha cambiando mucho, y hoy las obras literarias españolas e hispanoamericanas están por toda la Red, puestas por nosotros. Por supuesto, eso aumentará la difusión y el conocimiento de esas obras, y cuando una obra se difunde, ya se sabe lo que pasa: fructifica y se expande, y uno (por fortuna) pierde el control. A mí me gusta pensar en lo que pasó con la tradición literaria de Cervantes, con la que hoy se llenan la boca nuestros gobiernos: sencillamente, en el XVIII en España el Quijote dejó de leerse, y sólo se publicó en ediciones baratas y malas. La tradición narrativa de Cervantes pasó a los ingleses, que la editaron, la leyeron y la continuaron. Sterne y Dickens son autores de lo más cervantino cuando en España nadie seguía su escritura. Fue el joven Galdós, traduciendo los Papeles de Pickwick quien se la reencontró.

Usted es novelista y tiene varias obras publicadas, pero a la vez mantiene su propia web con multitud de textos y una elevada popularidad. Incluso sus trabajos digitales han sido premiados por la comunidad periodistica (ganó el Premio Blasillo este año). ¿Cree que merece la pena seguir publicando en papel (obviando la cuestión económica) cuando el verdadero combate cultural se ha trasladado ya a la Red?

Bueno: ¿por qué habríamos de obviar la cuestión económica? Al contrario: empecemos por ella. Los libros, hoy por hoy, pueden proporcionar ingresos como el publicar en la Web jamás puede dar, ni aunque uno la llene de anuncios. Alguien que aspire a vivir, al menos en parte, de la escritura no puede renunciar a publicar en papel. Pero publicar en la Red me ha servido también para publicar en papel. Eso me ha ocurrido con artículos como éste, que primero escribí en la web, y luego vendí, o uno de mis libros que va a aparecer en el otoño en la editorial Melusina, que es la transposición directa de una sección de la sección 'Flor de Farola' de mi web. Por otra parte, la publicación en la Web me da placeres inmensos: allí puedo ejercer sin cortapisas la libertad de expresión o de crítica, la experimentación, el diálogo con los lectores, o el control de mi obra (por encima de erratas, errores o intervenciones de mis editores). No creo que el verdadero debate cultural se haya trasladado a la Web: para mí ahora mismo está absolutamente repartido entre el papel y la Web, que aparecen como lo que son: medios complementarios. Esto lo ha entendido, incluso con una perspectiva empresarial, Google, en el proyecto Google Libros.

¿Tiene futuro el texto escrito? ¿O bien la voz y la imagen predominarán mayoritariamente en las épocas venideras?

El texto tiene muchas ventajas. Uno de ellos es la economía: en la cantidad de bits en que se mete un par de frases habladas te cabe casi una novela. Luego, la facilidad de acceso: se puede buscar fácilmente una palabra determinada en un millón de documentos, pero pruebe a buscar una palabra pronunciada en un montón de archivos .MP3. Incluso si no hablamos de texto digital, sino de facsímiles (fotografías de textos antiguos, por ejemplo), localizar algo es mucho más sencillo que en archivos de sonido. Si lo vemos desde el punto de vista de la producción y el consumo, la comodidad de la palabra hablada es relativa: gente como yo tecleamos tan rápido como hablamos. O más. Y por supuesto leemos a una velocidad muy superior a la que escucharíamos un audio.

¿Cree en la propiedad intelectual de la obra escrita como un medio para obtener beneficios derivados, o bien apostaría por que el creador enajenara sus beneficios de la difusión libre de su obra? ¿Estamos preparados para un escenario así o seguimos necesitando a los intermediarios (editores, agentes, correctores, impresores…)?

Creo que son dos cuestiones distintas. La licencia Creative Commons que permite compartir sin uso comercial, a la que está sujeta parte de mi obra, es una herramienta de difusión (y por tanto de publicidad, de influencia…) muy grande. Lo explico en el artículo 'La gestión del entusiasmo'. Pero eso no impide que cuando se quiera hacer uso comercial, mi agente literario le venda a un editor el derecho a publicarla. Los intermediarios son una cuestión distinta. Tengo la sensación de que los editores (y hablo en genérico: yo tengo hoy en día de los mejores editores que se puedan encontrar) están incumpliendo cada vez más el pacto con sus autores. En parte por la creciente degradación del circuito distribuidor-librería, y en parte porque están reduciendo costes de manera radical, y eso se nota en la calidad del producto final. Eso puede forzar a muchos a buscar medios alternativos de difundir su obra. Entre que te edite alguien que va a distribuir mal tus libros (porque los va a tener dos semanas en las librerías) y otro que los va a tener constantemente disponibles en una librería virtual, y los va a imprimir con impresión bajo pedido ('print on demand') a medida que los necesite y los va a enviar a los compradores, la elección va a ser bien clara. Claro, que al final habremos sustituido un intermediario (el editor) por otro (la librería virtual, o un proyecto como Google Libros). El panorama se está rehaciendo… Respecto a los agentes y los correctores, me siguen pareciendo importantes en el medio digital.

Usted es un valedor de la Wikipedia en español. En los últimos tiempos se ha abierto un debate entre los editores de la Wikipedia en castellano y la comunidad blogger, que ha apadrinado, y llevado a cabo, iniciativas como la de duplicar el número de entradas en nuestro idioma. El resultado ha sido un rechazo bastante frontal por parte de los 'wikipedistas' a dichas aportaciones por considerarlas poco rigurosas. ¿No hay una cierta contradicción en esta actitud con la filosofía de base de la Wikipedia, que pretende ser libre, abierta y autoregulada por la comunidad?

Estoy en general a favor de la Wikipedia, que me ha resuelto muchos problemas, aunque comprendo lo difícil que debe de ser gestionarla. No soy parte de la comunidad que la lleva, de modo que no he seguido de cerca estas tensiones que me relata. En general, yo no me opondría a que se aumentaran las entradas: es mucho mejor tener una esquemática que no tenerla…, vamos, digo yo. La Wikipedia en inglés (que está mucho más desarrollada que la española) me ha dado acceso a muchos datos, bibliografía, etc. Otra cosa es que no voy a utilizarlos sin una comprobación paralela, pero esto es algo que los investigadores solemos hacer con todo tipo de fuentes. Pero el placer que supone acceder a una entrada, ver que algo está factualmente mal, y cambiarlo sobre la marcha es inenarrable…

Fuente: Jordi Sabaté – www.consumer.es

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José Antonio Millán, escritor, filólogo, impulsor del Centro Virtual Cervantes y blogger. 

Poeta, novelista, filólogo en ejercicio, antiguo atleta lanzador de peso, blogger preocupado tanto por lo que ocurre dentro como fuera de la Red, director de la primera edición en CD-ROM del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española… Todo esto y mucho más es José Antonio Millán; tal vez la persona que más al tanto esté sobre los profundos cambios que las nuevas tecnologías está operando en el español. Sus trabajos, de gran amplitud temática, fueron premiados el pasado invierno por los periodistas digitales españoles, reunidos, como viene siendo habitual, en Huesca. Pero ante todo Millán es un optimista que asegura que nuestro idioma es un ser vivo que se enriquece día a día a la vez que se globaliza.

Sin duda las nuevas tecnologías son una puerta de entrada masiva a neologismos de todo tipo y pelaje, un torrente de 'genes lingüísticos' que invaden día a día nuestro idioma. ¿Esta perdiendo fuerza el español en la nueva sociedad digital, o por el contrario se está viendo renovado?

Lea la entrevista completa en WEByTecnologia.net.

Fuente: mejoresweb.net

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Sin duda las nuevas tecnologías son una puerta de entrada masiva a neologismos de todo tipo y pelaje, un torrente de 'genes lingüísticos' que invaden día a día nuestro idioma. ¿Esta perdiendo fuerza el español en la nueva sociedad digital, o por el contrario se está viendo renovado?

Bueno: me gusta pensar en las palabras nuevas como en organismos vivos que vienen a pastar a las anchas praderas de nuestra lengua, y por supuesto, no las veo como una 'invasión'. Como decía un autor en el siglo XVI: «Habéis de saber que los lenguajes tienen muchas veces tanta conformidad y amistad unos con otros que se prestan vocablos, y de tal manera que algunas veces los dejan olvidados hasta que el largo tiempo y el uso los vienen a hacer propios». Estos neologismos de las nuevas tecnologías (que muchas veces reintroducen en nuestra lengua raíces latinas o griegas) acabaran siendo tan propios como los anglicismos 'gol' o 'chutar'. En septiembre saco en RBA un libro, 'El candidato melancólico', cuyo subtítulo es: 'De dónde vienen las palabras, cómo viajan, por qué cambian y qué historias cuentan'. He estado año y medio materialmente sepultado en los viajes de las raíces indoeuropeas, o en las palabras persas, árabes, griegas e incluso chinas coladas en nuestra lengua. Con esa perspectiva, no dudo de que el español saldrá de la revolución digital bastante más rico y animado.

Usted ha dicho en una entrevista: «El español no corre peligro, el español seguirá en uso, pero acabaremos pagando por usarlo». ¿Qué quiere decir con esto?

Hablo de su utilización mediada en los ordenadores. Cada vez usamos más tecnologías lingüísticas. Por ejemplo, cuando el buscador nos propone una palabra en vez de la que le hemos dado mal escrita, cuando traducimos automáticamente un texto, cuando hablamos por teléfono con un sistema automático, cuando un procesador de textos nos corrige un error o nos propone un sinónimo. Usamos la lengua de nuestros padres gratis, pero en el medio digital hacemos uso, muchas veces sin darnos cuenta, de unos programas que no han desarrollado empresas de países hispanohablantes. ¡A eso llamo yo pagar por usar nuestra lengua!

De momento la Real Academia parece muy callada ante la avalancha de neologismos que aparecen cada día en Internet, o ante las simplificaciones ortográficas en los mensajes vía SMS. Como director de la primera edición en CD-ROM del Diccionario de la Real Academia: ¿cree que hay desconocimiento del fenómeno de esta mutación lingüistica o sencillamente impotencia para regular?

A mí las simplificaciones gráficas de los SMS no me preocupan, como no me preocupaba la prosa de telegrama, o las abreviaturas en los toldos de los comercios: son recursos que se usan, y no plantean grandes problemas. Algunos, incluso adquieren carta de naturaleza, como la abreviatura medieval de la doble ene, que dio lugar nada menos que a la ñ, ¡nuestra letra fetiche! Pero respecto a los neologismos, yo creo que la Academia no está nada callada: ahí están los setenta términos o acepciones informáticas que incorporó el Diccionario en el 2001, como el feo 'cederrón' [de CD-ROM] (que, por cierto, nadie usa). Luego el Diccionario Panhispánico de Dudas ha incorporado muchos otros, con más manga ancha en lo que se refiere a aceptar extranjerismos. Otra tema es que estas cosas luego calen en la gente: en lengua las cosas funcionan por sufragio universal y mayoría absoluta. Ya puede la Academia, o quien sea, proponer algo, que si a los hablantes no les gusta, no lo usarán: mire usted lo que pasó con 'güisqui'.

Pero, aparte de incorporar algunas palabras, lo máximo que han hecho es donar el 'corpus lingüístico' del español a Microsoft para que, al menos, sus programas conserven cierta coherencia con las normas…

Sobre el acuerdo de la Academia y Microsoft yo no sé nada a ciencia cierta, más que lo que han dicho ellos (que ha sido muy poco): para que los correctores de Word se coordinen con las normas académicas sólo hace falta pasarles el diccionario y una Ortografía: el 'corpus' es para investigación y generación de programas lingüísticos. Si Microsoft está usando para investigación el 'corpus' de una institución financiada en gran parte con dinero público, supongo que habrá alguna contrapartida (aunque no sé cuál), y que otra empresa también podría usarlo.

¿Se puede luchar desde la ortodoxia academicista contra la llegada de verbos como 'googlear', 'indexar', 'clicar'…? Lo digo porque describen acciones muy difíciles de traducir si no se conocen y no se viven las nuevas tecnologías.

De nuevo, yo no hablaría de 'lucha' (que implica que alguien ataca, y a nadie le ha agredido nunca una bandada de 'clics' ni un racimo de 'googles'): Frente a la entrada tumultuosa de palabras nuevas, hay algunas normas sencillas (dictadas por el sentido común, y no ya por ninguna ortodoxia) que cualquier hablante debería poder seguir, y que se ejemplifican muy bien con los verbos que me ofrece. Si en español hay una palabra que es 'índice', el verbo no debería ser 'indexar' (del inglés 'index', ¡aunque en el fondo sea latín!), sino 'indizar'. 'Clic' aparece en el diccionario en 1984 como onomatopeya del ruido del beso, en 1992 de un interruptor, y en el 2001 del ratón. Lleva más de veinte años dando vueltas por la lengua. El Panhispánico dice que no le gusta 'clicar' ni 'cliquear', sino 'hacer clic'… A mí me pasa lo mismo, pero a ver quién gana. Y por cierto, a ver quién gana en Latinoamérica, que es donde están más de las nueve décimas partes de los hablantes de español. Por último, hay cientos de palabras que empezaron siendo marcas comerciales y ahora están plenamente integrados: 'futbolín', o 'kleenex'. 'Googlear' (o 'guglear') puede ser otra más…

¿Debemos acostumbrarnos a tener un español mestizo y cambiante? ¿Tal vez a jugar con distintas versiones del español a la vez, como si de repente las fronteras lingüísticas con Latinoamérica y la comunidad hispana de Estados Unidos se hubiesen difunimado?

Yo creo que las personas nos ceñimos bastante a la forma de hablar que hemos recibido (la lengua materna), aunque la mayoría manejamos varios registros, como es lógico (más culto, más relajado…). Por más conocimiento que tengamos de otras variedades del español, y más contactos que haya entre ellas, sería absurdo que cambiáramos nuestra forma de hablar: ¿va a hablar uno de Orense como el natural de Zacatecas? Otra cosa es que en España aprendamos a reconocer (¡y a respetar, que es la parte más importante!) variedades latinoamericanas: conocer su vocabulario, saber evitar sus términos tabúes (que a lo mejor no son los nuestros), etc. Se ha señalado todo lo que han hecho las telenovelas por la entrada de palabras latinoamericanas en nuestra lengua. ¡Pero eso no nos ha dado un habla mestiza, aunque ya sepamos usar 'chévere'! En lo que respecta a la coexistencia lingüística, el futuro ideal será ser ciudadanos sesquilingües, es decir: capaces de comprender otras lenguas y otras variantes de nuestra lengua, aunque no seamos necesariamente capaces de hablarlas. Recomiendo mucho la lectura del libro del lingüista Juan Carlos Cabrera, 'De Babel a Pentecostés. Manifiesto plurilingüista'.

¿Cree que el español de hoy en día se parecerá mucho al de dentro de 50 años?

¡Ésta es la típica pregunta que un lingüista debería negarse a responder! Pero voy a contestar como novelista… En las obras de ciencia ficción tipo Heinlein o así, el viajero del tiempo o el hibernado que se alejaba unas décadas se encontraba una lengua bastante similar a la que había dejado, con la salvedad de algunos cientos de palabras, completamente desconocidas… Si alguien de la década en que nací oyera esta frase de hoy: «Te mando un link a un clip que he descubierto gugleando» no entendría nada, aunque la sintaxis y la fonética sigan iguales. Pero todo esto no es nuevo: fíjese en lo que decía un autor ¡del siglo XVI!: «Cada día dejamos unos vocablos e inventamos otros nuevos, de tal manera que cada cincuenta o sesenta años parece que es otro lenguaje nuevo». Probablemente la lengua popular cambie en más aspectos, aparte de la inclusión de palabras nuevas: nuestro sistema pronominal es inestable, sobre todo en los complementos, y podría dar sorpresas; éstas se podrían encontrar también en la fonética (adopción general del seseo, que ya es dominante en el español). Sólo puedo decir que me gustaría presenciar estos cambios… con buena salud.

El software se está convirtiendo en una herramienta de comunicación social casi tan importante como la charla de bar. Pero detrás del software no suele haber lingüistas sino, como mucho, programadores bien intencionados, cuando no multinacionales más interesadas en el beneficio que en ajustarse a los criterios semánticos de cada lengua.
¿Cómo se puede evitar que el significado de las palabras, lo que es correcto o incorrecto, lo que es censurable o no… lo determine un ejecutivo de Microsoft, por ejemplo?

Por lo general los fabricantes de software, como antes los de coches, los de tocadiscos, etc., como los físicos cuánticos o los biólogos, no intentan especialmente aumentar el vocabulario de las lenguas de sus compradores (incluyendo sus propios paisanos): los primeros sólo quieren vender y los segundos hacer su ciencia. Dicho esto, muchos fabricantes se han dado cuenta de que les trae más cuenta respetar las circunstancias de quienes les compran, y eso incluye muy especialmente la lengua. Si se compara la traducción de manuales de hace quince años con la actual, se verá todo lo que hemos mejorado. Quedan lagunas anecdóticas, como el hecho de que Microsoft utilice la pareja 'ratón/mouse' (porque la primera palabra es tabú en partes de Latinoamérica). De todas formas, a las personas excesivamente preocupadas por la influencia de la ciencia y la tecnología extranjeras en el español les pediría que se dedicaran a fomentar la investigación y el desarrollo en los países hispanohablantes, de modo que los inventos y avances de las siguientes décadas salgan al mundo directamente en español.

Por otro lado: ¿no tiene también un efecto positivo el que el lenguaje escape de las academias y sea instituido por gente no docta pero sí que vive el lenguaje real de la calle o de la Red? ¿No puede convertise en un agente dinamizador?

De verdad: el lenguaje verdadero, el lenguaje de donde beben todos los demás, incluso el académico, funciona al margen de las academias: es el habla de la calle, de los centros de trabajo, de los grupos de amigos, de la intimidad de las parejas… Es una lengua dinámica, cambiante y a veces muy bella: lo ha sido siempre. Hay una tendencia a confundir la lengua con la lengua escrita. Es lógico que los periódicos, las editoriales de libros sigan normas de unificación, y si no existen academias (como en el inglés) alguna otra institución se erige en el referente del 'buen estilo'. Lo que es demencial en el español es que siempre hay gentes más papistas que el Papa: la Academia, por ejemplo, decide (y a mi entender sin gran motivo) que se puede quitar el artículo antes de las cifras de año 2000 y superiores: '6 de octubre de 2006', pero dice que la otra forma es también correcta. A mí me suena fatal: siempre he oído y dicho «6 de octubre del 2006». Pues bien, esto, que sería una simple metedura de pata, se convierte en una aberración en manos de las personas y los medios que han decidido que la Academia 'ordena' que se escriban esas fechas sin artículo. ¡Y me escriben cartas regañándome por no seguir sus indicaciones!

Usted fue director del proyecto del Centro Virtual Cervantes, que trata de difundir la cultura española en la Web. ¿Cree que la globalización que permite Internet favorecerá el conocimiento de las grandes obras narrativas españolas? ¿No están expuestas a un cierto grado de deformación, modificación e incluso mejora, tal como sucede con el software libre? ¿Aceptaríamos un Don Quijote mejorado por un profesor de la Universidad de Arkansas? Quiero decir si lo admitiríamos; si admitiríamos que ha mejorado, por ejemplo, el ritmo de los capítulos que Cervantes dedica a los cuentos renacentistas…

Cuando nació el proyecto del Centro Virtual Cervantes, en 1996, realmente era una propuesta atrevida. Había una situación un poco rara, en la que era más probable encontrarte una obra clásica española en un servidor de la Universidad de Texas que en uno español. La verdad es que ellos habían empezado antes, y eso era completamente lógico. La situación ha cambiando mucho, y hoy las obras literarias españolas e hispanoamericanas están por toda la Red, puestas por nosotros. Por supuesto, eso aumentará la difusión y el conocimiento de esas obras, y cuando una obra se difunde, ya se sabe lo que pasa: fructifica y se expande, y uno (por fortuna) pierde el control. A mí me gusta pensar en lo que pasó con la tradición literaria de Cervantes, con la que hoy se llenan la boca nuestros gobiernos: sencillamente, en el XVIII en España el Quijote dejó de leerse, y sólo se publicó en ediciones baratas y malas. La tradición narrativa de Cervantes pasó a los ingleses, que la editaron, la leyeron y la continuaron. Sterne y Dickens son autores de lo más cervantino cuando en España nadie seguía su escritura. Fue el joven Galdós, traduciendo los Papeles de Pickwick quien se la reencontró.

Usted es novelista y tiene varias obras publicadas, pero a la vez mantiene su propia web con multitud de textos y una elevada popularidad. Incluso sus trabajos digitales han sido premiados por la comunidad periodistica (ganó el Premio Blasillo este año). ¿Cree que merece la pena seguir publicando en papel (obviando la cuestión económica) cuando el verdadero combate cultural se ha trasladado ya a la Red?

Bueno: ¿por qué habríamos de obviar la cuestión económica? Al contrario: empecemos por ella. Los libros, hoy por hoy, pueden proporcionar ingresos como el publicar en la Web jamás puede dar, ni aunque uno la llene de anuncios. Alguien que aspire a vivir, al menos en parte, de la escritura no puede renunciar a publicar en papel. Pero publicar en la Red me ha servido también para publicar en papel. Eso me ha ocurrido con artículos como éste, que primero escribí en la web, y luego vendí, o uno de mis libros que va a aparecer en el otoño en la editorial Melusina, que es la transposición directa de una sección de la sección 'Flor de Farola' de mi web. Por otra parte, la publicación en la Web me da placeres inmensos: allí puedo ejercer sin cortapisas la libertad de expresión o de crítica, la experimentación, el diálogo con los lectores, o el control de mi obra (por encima de erratas, errores o intervenciones de mis editores). No creo que el verdadero debate cultural se haya trasladado a la Web: para mí ahora mismo está absolutamente repartido entre el papel y la Web, que aparecen como lo que son: medios complementarios. Esto lo ha entendido, incluso con una perspectiva empresarial, Google, en el proyecto Google Libros.

¿Tiene futuro el texto escrito? ¿O bien la voz y la imagen predominarán mayoritariamente en las épocas venideras?

El texto tiene muchas ventajas. Uno de ellos es la economía: en la cantidad de bits en que se mete un par de frases habladas te cabe casi una novela. Luego, la facilidad de acceso: se puede buscar fácilmente una palabra determinada en un millón de documentos, pero pruebe a buscar una palabra pronunciada en un montón de archivos .MP3. Incluso si no hablamos de texto digital, sino de facsímiles (fotografías de textos antiguos, por ejemplo), localizar algo es mucho más sencillo que en archivos de sonido. Si lo vemos desde el punto de vista de la producción y el consumo, la comodidad de la palabra hablada es relativa: gente como yo tecleamos tan rápido como hablamos. O más. Y por supuesto leemos a una velocidad muy superior a la que escucharíamos un audio.

¿Cree en la propiedad intelectual de la obra escrita como un medio para obtener beneficios derivados, o bien apostaría por que el creador enajenara sus beneficios de la difusión libre de su obra? ¿Estamos preparados para un escenario así o seguimos necesitando a los intermediarios (editores, agentes, correctores, impresores…)?

Creo que son dos cuestiones distintas. La licencia Creative Commons que permite compartir sin uso comercial, a la que está sujeta parte de mi obra, es una herramienta de difusión (y por tanto de publicidad, de influencia…) muy grande. Lo explico en el artículo 'La gestión del entusiasmo'. Pero eso no impide que cuando se quiera hacer uso comercial, mi agente literario le venda a un editor el derecho a publicarla. Los intermediarios son una cuestión distinta. Tengo la sensación de que los editores (y hablo en genérico: yo tengo hoy en día de los mejores editores que se puedan encontrar) están incumpliendo cada vez más el pacto con sus autores. En parte por la creciente degradación del circuito distribuidor-librería, y en parte porque están reduciendo costes de manera radical, y eso se nota en la calidad del producto final. Eso puede forzar a muchos a buscar medios alternativos de difundir su obra. Entre que te edite alguien que va a distribuir mal tus libros (porque los va a tener dos semanas en las librerías) y otro que los va a tener constantemente disponibles en una librería virtual, y los va a imprimir con impresión bajo pedido ('print on demand') a medida que los necesite y los va a enviar a los compradores, la elección va a ser bien clara. Claro, que al final habremos sustituido un intermediario (el editor) por otro (la librería virtual, o un proyecto como Google Libros). El panorama se está rehaciendo… Respecto a los agentes y los correctores, me siguen pareciendo importantes en el medio digital.

Usted es un valedor de la Wikipedia en español. En los últimos tiempos se ha abierto un debate entre los editores de la Wikipedia en castellano y la comunidad blogger, que ha apadrinado, y llevado a cabo, iniciativas como la de duplicar el número de entradas en nuestro idioma. El resultado ha sido un rechazo bastante frontal por parte de los 'wikipedistas' a dichas aportaciones por considerarlas poco rigurosas. ¿No hay una cierta contradicción en esta actitud con la filosofía de base de la Wikipedia, que pretende ser libre, abierta y autoregulada por la comunidad?

Estoy en general a favor de la Wikipedia, que me ha resuelto muchos problemas, aunque comprendo lo difícil que debe de ser gestionarla. No soy parte de la comunidad que la lleva, de modo que no he seguido de cerca estas tensiones que me relata. En general, yo no me opondría a que se aumentaran las entradas: es mucho mejor tener una esquemática que no tenerla…, vamos, digo yo. La Wikipedia en inglés (que está mucho más desarrollada que la española) me ha dado acceso a muchos datos, bibliografía, etc. Otra cosa es que no voy a utilizarlos sin una comprobación paralela, pero esto es algo que los investigadores solemos hacer con todo tipo de fuentes. Pero el placer que supone acceder a una entrada, ver que algo está factualmente mal, y cambiarlo sobre la marcha es inenarrable…

Fuente: Jordi Sabaté – www.consumer.es

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